miércoles, 17 de febrero de 2016

Cuentos Colimotes 
del profesor Gregorio Torres  Quintero



La Barranca del Muerto
Por Gregorio Torres Quintero
Entre Jalisco y Colima existe una barranca bastante profunda, que se llama La Barranca del Muerto, hermana de las barrancas de Beltrán y de Atenquique. Al otro lado de la barranca se encuentra Tonila.
Un día, un pastorcillo de ese pueblo distinguió a un hombre sostenido milagrosamente por los bejucos que iban desde el paredón de barranca a un altísimo árbol, el lugar era in accesible y el pastorcillo no comprendía como aquel hombre hubiese caído allí, pues parecía muerto.
Era imposible verle el rostro, vestía traje elegante color negro y estaba inmóvil suspendido en el abismo; a pesar del susto el pastorcillo se puso a reflexionar, él conocía palmo a palmo todos aquellos sitios y nunca había visto aquella red de bejucos.
Le entró el miedo y huyó de allí y le contó a su padre, el padre fue al sitio siniestro y no pudo concebir como era que estaba allí y dio parte a la justicia.
Las autoridades de Tonila se trasladaron a la barranca y muchas personas las siguieron y cuando toda esa gente llegó nadie comprendía aquello. –Si tenemos en cuenta lo que dice el pastorcillo y confirman los leñadores: que eso bejucos nunca han estado allí, esto es obra del demonio-.
Cuando por fin el muerto llegó al suelo, ¡cosa rara! ¡No estaba pálido! y parecía que sólo dormía. El juez ordenó llevarse el cadáver al pueblo para que el médico lo examinara, quien informó que el hombre estaba vivo.
Al séptimo día el enfermo reaccionó y aclaró, que era de México, de familia noble y heredó una cuantiosa fortuna, la cual gozó sin preocuparse de las cosas sería de la vida, gastó el dinero inconscientemente, y poco a poco comprendió la mala vida que llevaba.
Cuando le quedó poco dinero, se presentó a la casa de juego con la esperanza de doblar su dinero pero perdió todo y exclamó colérico – ¡Siquiera me llevara el diablo!- y no supo más de él, “la historia de cómo me encontraron, me dice que dios se dolió de mi desesperación y me perdonó. Aseguró el joven.


Piedra de Juluapan



Piedra colosal que se erige en la cima del Cerro de Juluapan, guarda fascinantes leyendas conocidas y a través de los años generación tras generación. Aquí algunas de ellas:
La relación se remonta a tiempos muy viejos; a un siglo antes de Jesucristo. Se habla de un rey mexicano llamado IX, nombre que en azteca significa Ojo, que gobernaba en el antiguo reino de Coliman. Era rey poderoso que ejercía completo dominio sobre una rica y vasta comarca. Su capital era ciudad brillante y hermosa, llena de soberbios palacios y suntuosos templos, y rodeada de altas murallas con jardines colgantes, como los de Babilonia. La corte de aquel rey era lujosa, como las cortes de oriente.
La fama de Ix y de su pueblo llegó hasta las remotas tierras asiáticas, lo cual no es difícil comprender, si se tiene en cuenta que por aquellos tiempos flotas del Celeste Imperio cruzaban frecuentemente las vastas regiones del Grande Océano y llegaban hasta las costas americanas, a comerciar y a veces a guerrear.
Pues bien, en cierto día de aquella edad remota, llegó a Xalahuac (Hoy Salagua), situada en el ángulo de la bahía de Manzanillo y que más tarde sirvió de astillero a Hernán Cortés y a otros exploradores españoles, una flotilla en que venía un prócer chino de muy elevada alcurnia. Su nombre era Wang Wei.
Sabedor Ix de la presencia de aquel noble personaje en las costas de sus dominios, acudió a darle la bienvenida y ha ofrecerle la debida hospitalidad en su corte. El magnate chino aceptó la invitación con agrado y fue atendido en Coliman con todas las exquisitas consideraciones correspondiente a su rango.
Al salir un día de paseo, Wang Wei miró hacia el cerro de Xoloapan (Juluapan), fijando su vista en la gran peña que de un punto de su falda, se destacaba imponente.
-¿Qué es aquello?- preguntó a Ix. ¿Es algún templo? ¿Es acaso una tumba?
-No es ninguna de las dos cosas, respondió el rey. Pero vuestras preguntas me están indicando que bien pueden llegar a ser, eso que veis, alguna de las dos cosas o ambas a la vez. Es una piedra que existe desde que nació el mundo. Mis más remotos antepasados la vieron siempre ahí.
-Habéis pensado en la muerte, amigo Ix?
-Soy demasiado joven para pensar en ella.
-la muerte no es propia de los viejos, acecha también a los jóvenes y aún a los niños. Os preguntaba esto, porque se me ocurre una idea; aquella piedra, tan notable a la vista, sería un gran monumento para guardar el sepulcro de un rey del país tan poderoso y magnifico como vos.
Después de algunos días de grata permanencia en Coliman, Wang Wei volvió a sus naves. Antes de irse, hizo traer de su buque insignia un riquísimo regalo, consistente en joyas de oriente en el que abundaban las perlas y los diamantes, y lo entregó a Ix con amistosas palabras. Ix correspondió a aquel presente con otro de joyas del país y con el regalo de diez bellísimas esclavas.
No fue aquella la única vez que Ix y Wang Wei se vieron: su mutua amistad se fortificó con nuevas entrevistas en el transcurso de los años. Wang Wei, como Gran Almirante del Celeste Imperio, recorría con sus poderosas flotas el grande océano y gustaba de visitar de cuando en cuando a su amigo Ix.
Este debió de haber tenido muy en cuenta la sugestión relativa del sepulcro, pues la tradición expresa, mejor dicho, documentos auténticos, que cuando murió fue embalsamado su cadáver y luego inhumados en un magnifico sepulcro abierto en la roca de Juluapan.
En la cámara mortuoria, que era grande y suntuosa, encerraron algunos objetos de las pertenencias del rey, juntamente con grandes tesoros, entre los cuales se contaban los reglaos de las joyas orientales que le diera su amigo.
¿Qué como se ha sabido esto?
Dícese que en un museo de Europa, el conde de San Dionisio encontró una lápida grabada con caracteres chinos, en el cual, después de grandes estudios que duraron meses, encontró noticias de la tumba de Ix y de la entrevista que este rey con Wang Wei, almirante chino. De la tumba se decía en la lápida que estaba señalada por una gran piedra al noroeste de Coliman, en el cerro de Xoloapan.
Además, se hablaba de una rica cripta, de ricas galerías y magníficos tesoros.
Pero las señas que sitúan la ubicación de la tumba parecían al descubridor y descifrados de la láida sumamente vagas. ¡Una roca al noroeste de Coliman y en un Cerro! Hay tantas rocas al noroeste del lugar; que juzgo imposible identificar el sitio en que Ix había sido sepultado con sus tesoros.
Además, el antiguo Coliman desapareció hace muchos siglos y la Colima actual no ocupa el lugar de la antigua corte de los reyes colimotes. Y el conde de San Dionisio acabó por no dar importancia práctica a su descubrimiento.
Pero al regresar a Europa de un viaje que hizo al Perú, resolvió visitar nuestro país, desembarcando en Manzanillo y viéndose obligado a detenerse en Colima por pocas horas. Y sucedió que al asomarse por una ventana del hotel en que se alojaba, su vista fue inmediatamente atraída por la gran piedra de Juluapan, que se destacaba imponente sobre el obscuro índigo de la famosa montaña.
-¿Qué es aquello?- preguntó al camarero.
-Es la piedra de Juluapan.
Un rayo de luz entro en su cerebro.
Le vino el recuerdo de la lapida y de la versión esculpida con caracteres chinos. “Tal vez Juluapan y Xoloapan son la misma cosa. Tal vez el que mandó grabar la lápida, juzgó inútil dar señas precisas de la tumba, puesto que la piedra es de aquellas cosas que llaman desde luego la atención por si solas”.
La roca además, estaba al noroeste de Colima.
Después de serias reflexiones, se convenció plenamente de que aquella era la piedra de que hablaba la relación china. En consecuencia, se dirigió de incognito al cerro legendario; y allí, ayudado de algunos indios, hizo cuidadosas exploraciones en la piedra y en torno a ella. Los indios creían que el extranjero lo hacia por simple curiosidad. Pero el resultado fue completamente satisfactorio; el conde francés halló la cripta en donde reposaba la momia de Ix. Tres galerías adyacentes y que se comunicaban con la cámara real, estaban materialmente llenas de objetos artísticos y de gran valor. La momia tenía múltiples collares de riquísimas perlas; y a su lado, en el propio sarcófago, había varios códices bien conservados. En uno de ellos había, junto a los jeroglíficos aztecas, caracteres chinos, a manera de traducción. Leyendo éstos, supo de Wang Wei y de su amistad con Ix, según se ha expresado ya.
Los demás códices hablaban de templos, tumbas y ciudades sepultadas bajo tierra, pero con señas precisas, y bajo cuyas ruinas se certifica la existencia de tesoros arqueológicos de gran valor.
Para no hacerse sospechoso, de la tumba de Ix, solo tomó las riquezas más fácilmente transportables, y volvió a su patria, Francia, donde reprodujo algunos de los raros ejemplares recogidos, obteniendo en poco tiempo una fortuna de 20 millones de francos.
Gozó de sus riquezas por varios años, siempre con la esperanza de volver a Juluapan. Pero sintiéndose gravemente enfermo y previendo su próximo fin, legó el códice de la entrevista a la Academia de las Ciencias, a fin de que no perdiese el mundo la noticia de Ix, y de su tumba legendaria. Los otros códices, por la revelación que hacen de las riquezas incalculables, los donó a un sobrino suyo, heredero del título de nobleza.
Y el conde murió con la sonrisa en los labios y la mirada del alma fija en la enhiesta piedra de Juluapan…

¡Oh brillante rey Ix, que pensaste dormir tranquilamente bajo tu egregia tumba de colosal peñón, en donde solo pueden anidas las águilas! ¡Quieran los dioses tuyos y los de tus antepasados que nadie más penetre en tu mansión sagradas a turbar tu sueño de gran rey!

No hay comentarios:

Publicar un comentario