Cuentos Colimotes
del profesor Gregorio Torres Quintero
La Barranca del Muerto
Por Gregorio Torres
Quintero
Entre Jalisco y
Colima existe una barranca bastante profunda, que se llama La Barranca del
Muerto, hermana de las barrancas de Beltrán y de Atenquique. Al otro lado de la
barranca se encuentra Tonila.
Un día, un
pastorcillo de ese pueblo distinguió a un hombre sostenido milagrosamente por
los bejucos que iban desde el paredón de barranca a un altísimo árbol, el lugar
era in accesible y el pastorcillo no comprendía como aquel hombre hubiese caído
allí, pues parecía muerto.
Era imposible verle
el rostro, vestía traje elegante color negro y estaba inmóvil suspendido en el
abismo; a pesar del susto el pastorcillo se puso a reflexionar, él conocía
palmo a palmo todos aquellos sitios y nunca había visto aquella red de bejucos.
Le entró el miedo y
huyó de allí y le contó a su padre, el padre fue al sitio siniestro y no pudo
concebir como era que estaba allí y dio parte a la justicia.
Las autoridades de
Tonila se trasladaron a la barranca y muchas personas las siguieron y cuando
toda esa gente llegó nadie comprendía aquello. –Si tenemos en cuenta lo que
dice el pastorcillo y confirman los leñadores: que eso bejucos nunca han estado
allí, esto es obra del demonio-.
Cuando por fin el
muerto llegó al suelo, ¡cosa rara! ¡No estaba pálido! y parecía que sólo
dormía. El juez ordenó llevarse el cadáver al pueblo para que el médico lo
examinara, quien informó que el hombre estaba vivo.
Al séptimo día el
enfermo reaccionó y aclaró, que era de México, de familia noble y heredó una
cuantiosa fortuna, la cual gozó sin preocuparse de las cosas sería de la vida,
gastó el dinero inconscientemente, y poco a poco comprendió la mala vida que
llevaba.
Cuando le quedó poco dinero, se
presentó a la casa de juego con la esperanza de doblar su dinero pero perdió
todo y exclamó colérico – ¡Siquiera me llevara el diablo!- y no supo más de él,
“la historia de cómo me encontraron, me dice que dios se dolió de mi
desesperación y me perdonó. Aseguró el joven.
Piedra de Juluapan
Piedra
colosal que se erige en la cima del Cerro de Juluapan, guarda fascinantes
leyendas conocidas y a través de los años generación tras generación. Aquí
algunas de ellas:
La
relación se remonta a tiempos muy viejos; a un siglo antes de Jesucristo. Se
habla de un rey mexicano llamado IX, nombre que en azteca significa Ojo, que
gobernaba en el antiguo reino de Coliman. Era rey poderoso que ejercía completo
dominio sobre una rica y vasta comarca. Su capital era ciudad brillante y
hermosa, llena de soberbios palacios y suntuosos templos, y rodeada de altas
murallas con jardines colgantes, como los de Babilonia. La corte de aquel rey
era lujosa, como las cortes de oriente.
La
fama de Ix y de su pueblo llegó hasta las remotas tierras asiáticas, lo cual no
es difícil comprender, si se tiene en cuenta que por aquellos tiempos flotas
del Celeste Imperio cruzaban frecuentemente las vastas regiones del Grande
Océano y llegaban hasta las costas americanas, a comerciar y a veces a
guerrear.
Pues
bien, en cierto día de aquella edad remota, llegó a Xalahuac (Hoy Salagua),
situada en el ángulo de la bahía de Manzanillo y que más tarde sirvió de
astillero a Hernán Cortés y a otros exploradores españoles, una flotilla en que
venía un prócer chino de muy elevada alcurnia. Su nombre era Wang Wei.
Sabedor
Ix de la presencia de aquel noble personaje en las costas de sus dominios,
acudió a darle la bienvenida y ha ofrecerle la debida hospitalidad en su corte.
El magnate chino aceptó la invitación con agrado y fue atendido en Coliman con
todas las exquisitas consideraciones correspondiente a su rango.
Al
salir un día de paseo, Wang Wei miró hacia el cerro de Xoloapan (Juluapan),
fijando su vista en la gran peña que de un punto de su falda, se destacaba
imponente.
-¿Qué
es aquello?- preguntó a Ix. ¿Es algún templo? ¿Es acaso una tumba?
-No
es ninguna de las dos cosas, respondió el rey. Pero vuestras preguntas me están
indicando que bien pueden llegar a ser, eso que veis, alguna de las dos cosas o
ambas a la vez. Es una piedra que existe desde que nació el mundo. Mis más
remotos antepasados la vieron siempre ahí.
-Habéis
pensado en la muerte, amigo Ix?
-Soy
demasiado joven para pensar en ella.
-la
muerte no es propia de los viejos, acecha también a los jóvenes y aún a los
niños. Os preguntaba esto, porque se me ocurre una idea; aquella piedra, tan
notable a la vista, sería un gran monumento para guardar el sepulcro de un rey
del país tan poderoso y magnifico como vos.
Después
de algunos días de grata permanencia en Coliman, Wang Wei volvió a sus naves.
Antes de irse, hizo traer de su buque insignia un riquísimo regalo, consistente
en joyas de oriente en el que abundaban las perlas y los diamantes, y lo
entregó a Ix con amistosas palabras. Ix correspondió a aquel presente con otro
de joyas del país y con el regalo de diez bellísimas esclavas.
No
fue aquella la única vez que Ix y Wang Wei se vieron: su mutua amistad se
fortificó con nuevas entrevistas en el transcurso de los años. Wang Wei, como
Gran Almirante del Celeste Imperio, recorría con sus poderosas flotas el grande
océano y gustaba de visitar de cuando en cuando a su amigo Ix.
Este
debió de haber tenido muy en cuenta la sugestión relativa del sepulcro, pues la
tradición expresa, mejor dicho, documentos auténticos, que cuando murió fue
embalsamado su cadáver y luego inhumados en un magnifico sepulcro abierto en la
roca de Juluapan.
En
la cámara mortuoria, que era grande y suntuosa, encerraron algunos objetos de
las pertenencias del rey, juntamente con grandes tesoros, entre los cuales se
contaban los reglaos de las joyas orientales que le diera su amigo.
¿Qué
como se ha sabido esto?
Dícese
que en un museo de Europa, el conde de San Dionisio encontró una lápida grabada
con caracteres chinos, en el cual, después de grandes estudios que duraron
meses, encontró noticias de la tumba de Ix y de la entrevista que este rey con
Wang Wei, almirante chino. De la tumba se decía en la lápida que estaba señalada
por una gran piedra al noroeste de Coliman, en el cerro de Xoloapan.
Además,
se hablaba de una rica cripta, de ricas galerías y magníficos tesoros.
Pero
las señas que sitúan la ubicación de la tumba parecían al descubridor y
descifrados de la láida sumamente vagas. ¡Una roca al noroeste de Coliman y en
un Cerro! Hay tantas rocas al noroeste del lugar; que juzgo imposible
identificar el sitio en que Ix había sido sepultado con sus tesoros.
Además,
el antiguo Coliman desapareció hace muchos siglos y la Colima actual no ocupa
el lugar de la antigua corte de los reyes colimotes. Y el conde de San Dionisio
acabó por no dar importancia práctica a su descubrimiento.
Pero
al regresar a Europa de un viaje que hizo al Perú, resolvió visitar nuestro
país, desembarcando en Manzanillo y viéndose obligado a detenerse en Colima por
pocas horas. Y sucedió que al asomarse por una ventana del hotel en que se
alojaba, su vista fue inmediatamente atraída por la gran piedra de Juluapan,
que se destacaba imponente sobre el obscuro índigo de la famosa montaña.
-¿Qué
es aquello?- preguntó al camarero.
-Es
la piedra de Juluapan.
Un
rayo de luz entro en su cerebro.
Le
vino el recuerdo de la lapida y de la versión esculpida con caracteres chinos.
“Tal vez Juluapan y Xoloapan son la misma cosa. Tal vez el que mandó grabar la
lápida, juzgó inútil dar señas precisas de la tumba, puesto que la piedra es de
aquellas cosas que llaman desde luego la atención por si solas”.
La
roca además, estaba al noroeste de Colima.
Después
de serias reflexiones, se convenció plenamente de que aquella era la piedra de
que hablaba la relación china. En consecuencia, se dirigió de incognito al
cerro legendario; y allí, ayudado de algunos indios, hizo cuidadosas
exploraciones en la piedra y en torno a ella. Los indios creían que el
extranjero lo hacia por simple curiosidad. Pero el resultado fue completamente
satisfactorio; el conde francés halló la cripta en donde reposaba la momia de
Ix. Tres galerías adyacentes y que se comunicaban con la cámara real, estaban
materialmente llenas de objetos artísticos y de gran valor. La momia tenía
múltiples collares de riquísimas perlas; y a su lado, en el propio sarcófago,
había varios códices bien conservados. En uno de ellos había, junto a los
jeroglíficos aztecas, caracteres chinos, a manera de traducción. Leyendo éstos,
supo de Wang Wei y de su amistad con Ix, según se ha expresado ya.
Los
demás códices hablaban de templos, tumbas y ciudades sepultadas bajo tierra,
pero con señas precisas, y bajo cuyas ruinas se certifica la existencia de
tesoros arqueológicos de gran valor.
Para
no hacerse sospechoso, de la tumba de Ix, solo tomó las riquezas más fácilmente
transportables, y volvió a su patria, Francia, donde reprodujo algunos de los
raros ejemplares recogidos, obteniendo en poco tiempo una fortuna de 20
millones de francos.
Gozó
de sus riquezas por varios años, siempre con la esperanza de volver a Juluapan.
Pero sintiéndose gravemente enfermo y previendo su próximo fin, legó el códice
de la entrevista a la Academia de las Ciencias, a fin de que no perdiese el
mundo la noticia de Ix, y de su tumba legendaria. Los otros códices, por la
revelación que hacen de las riquezas incalculables, los donó a un sobrino suyo,
heredero del título de nobleza.
Y el
conde murió con la sonrisa en los labios y la mirada del alma fija en la
enhiesta piedra de Juluapan…
¡Oh
brillante rey Ix, que pensaste dormir tranquilamente bajo tu egregia tumba de
colosal peñón, en donde solo pueden anidas las águilas! ¡Quieran los dioses
tuyos y los de tus antepasados que nadie más penetre en tu mansión sagradas a
turbar tu sueño de gran rey!


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